miércoles, 14 de septiembre de 2011

Artes marciales y pedagogía infantil


Somos muchos los instructores que enseñamos y/o vivimos de la enseñanza de las artes marciales enfocadas a los niños. Pero, ¿nos planteamos realmente las necesidades de un niño dentro de las artes marciales? El arte marcial en esta etapa no tiene otro sentido que el de ser una acción motriz. El objetivo general de un deporte como capacidad motriz es el de desarrollar las conductas motoras y los procesos implicados en la realización de habilidades psicomotrices y sociomotrices del rendimiento motor, es decir, el expresarse a través del movimiento.
La etapa que engloba la educación primaria abarca desde los seis años hasta los doce; de cara al aprendizaje de las artes marciales se puede ampliar desde los cinco a los trece o más, dependiendo el profesor y del tipo de alumnado que tengamos.
En esta etapa el niño debe lograr una autonomía de acción respecto del medio, al tiempo que debe socializarse a través de su relación con los demás y tiene que adquirir los instrumentos básicos que permitan el desarrollo de sus capacidades cognitivas. ¿Todo esto lo puede adquirir un niño en una escuela de artes marciales? La repuesta es sí.
Los objetivos mencionados son prioritarios en cualquier centro de enseñanza ya sea el colegio o el gimnasio; el niño comienza a ser socializado y a formarse como individuo en el colegio; el gimnasio debe ser una prolongación de esa educación, teniendo presentes los objetivos a conseguir.
Durante la socialización el niño obtiene lo que se denomina desarrollo sociomotriz en su relación con los demás individuos dentro del grupo. En una escuela de artes marciales se perseguirá este objetivo reconociendo las relaciones de igualdad y jerarquía dentro de la clase, aceptando las normas y reglas que se establezcan, articulando intereses y objetivos propios con los de otros miembros del grupo, respetando puntos de vista distintos y asumiendo responsabilidades.
Si, por ejemplo enseñamos un estilo como el Kenpo en el que se entrena defensa personal, no sólo hay que enseñarle las técnicas sino también cuando hay que usarlas, a disfrutar y divertirse con el entrenamiento y, lo que es más importante, a usarlas con honor, dentro de unos principios éticos. Si el niño va a competir debe asumir su responsabilidad no sólo si pierde (aceptarlo como un reto para superarse y hacer que el grupo le apoye) sino también cuando gane (no “dormirse en los laureles” ni mucho menos convertirle en “el rey del dojo”). Este último aspecto no es inusual encontrarlo en algunos gimnasios donde los instructores tienden a ensalzar al individuo con cualidades, minusvalorando a muchos otros y perjudicando con ello el desarrollo de todos.
Lo que tenemos que intentar es que se establezcan relaciones equilibradas y constructivas con las personas, debemos enseñarles a comportarse de una manera solidaria, reconociendo y valorando las diferencias de sexo, clase social, creencia, raza y otras características individuales y sociales.
Alguien estará pensando: “si yo sólo les veo tres horas a la semana, les hago un par de juegos, técnica básica, unos combates, un kata y para casa”. Esto es verdad, pero un profesor debe tener conciencia de lo que es: un educador que debe tener presente que está colaborando en la formación de unas personas. Personas a las que habrá ayudado o perjudicado en su enseñaza del Kenpo, del Karate, del Judo, etc.
¿Cuántos profesores hay que comenzaron el colegio o estando en la educación primaria y han mantenido su entrenamiento en las artes marciales?
Por todos ellos, aunque nuestra aportación en su desarrollo sea mínima (una hora de gimnasio frente a las siete horas diarias que pasan en el aula) no debemos despreciar nuestra importancia como formadores e intentar que el niño se eduque conociendo el propio cuerpo, contribuyendo con ello a su desarrollo y buscando, y esto es lo más importante, que aprenda a apreciar la importancia de los valores básicos que rigen la vida y la convivencia y a actuar de acuerdo con ellos.